Publico aquí también (ya está en Astrólogos del Mundo) esta entrada, que se encuentra originalmente en Papus & Olivets.

Se ha dicho muchas veces que para el ejercicio de una mancia es necesaria una mente mínimamente ordenada. Esto es muy cierto, al menos cuando el desempeño de la mancia en cuestión se trata de un verdadero arte en el sentido tradicional del término. Existe, por supuesto, la cuestión del individuo que, gozando de cierto grado de percepción -innato o desarrollado-, es capaz de emitir juicios verdaderos por un procedimiento completamente interno. En este caso como en el anterior, sólo la práctica demostrará la eficacia del método.

Debemos admitir que la práctica exterior es muy susceptible de ser superada; pero si cuando una habilidad es innata conviene controlarla, si pretendemos desarrollarla este control se torna imprescindible.

Al fin y al cabo no queremos convertirnos en esto.

El sano funcionamiento de una mancia -y de cualquier arte tradicional- implica no sólo una mente ordenada, sino también un Cosmos ordenado. En función de la desgastada analogía entre Macrocosmos y Microcosmos, debemos hacer caso a Plutarco cuando nos advierte de que la operación se realiza al reconocer la coordinación de todo lo creado: Esto entraña, claro, a nuestra pregunta y a lo que estamos observando. Así el vuelo de los pájaros observado contra el espacio se convierte, si concebimos nuestra psique y nuestro mundo como expresiones de una realidad trascendente, en un evento revelador. Porque el tiempo, claro, tampoco es una sucesión descualificada de momentos, sino que obedece a una percepción que expresa los mismos principios que las demás configuraciones.

En este contexto podemos hacernos a la idea de que tanto la percepción "ordinaria" como la mántica son descensos graduales desde los Principios hasta las partes groseras de la Manifestación. Es verdaderamente una Gracia divina, que puede requerir o no una preparación teórica o una consciencia racional de la misma. En el sentido práctico, lo más provechoso es tener algún dominio activo sobre las propias facultades.

En el caso de la Astrología observamos claramente esta importancia de la mente ordenada y el cosmos ordenado. Por un lado, es imprescindible poder juzgar una carta astral sin empañarla con los propios prejuicios; por otro, la huída del Cosmos tradicional, con la adhesión de una miríada de aspectos y cuerpos celestes nuevos, nos impedirá conectarnos con la realidad al desanclarnos de su expresión ordenada.

Aquí es donde nos permitimos citar a Guénon, en concreto parte del capítulo XXXVII de El Reino de la cantidad y los signos de los tiempos:

La peor ceguera sería aquella que consistiese en no ver aquí más que una mera cuestión de 'moda' sin importancia real; por otra parte podría decirse otro tanto de la creciente difusión de ciertas 'artes adivinatorias' que ciertamente no son tan inofensivas como les puede parecer a todos aquellos que nunca llegan al fondo de las cosas: por lo general se trata de los incomprendidos restos de las antiguas ciencias tradicionales casi completamente perdidas, de manera que, además del peligro inherente a su naturaleza 'residual', se arreglan y combinan de forma tal que su puesta en funcionamiento, so pretexto de la 'intuición' (coincidencia con la 'nueva filosofía' que resulta en sí misma bastante notable) abre la puerta a la intervención de las influencias psíquicas de carácter más dudoso.


Esto, que puede parecer "otra paranoia del Abuelo, que cuando escribió El Reino de la cantidad ya desvariaba un poco..." es de importancia capital en nuestro mundo, y se acopla con la justificación cientificista para producir toda clase de monstruos pseudoesotéricos.

Se sabe que las representaciones del Cosmos han sido utilizadas tradicionalmente como sellos de protección, transmitiendo la fuerza del símbolo para ordenar la realidad y que los elementos caóticos no fueran capaces de acceder a la ciudad, la casa, el templo... Evidentemente esto ocurre cuando se trata de un Cosmos ordenado según las leyes tradicionales, pues permite actuar a los Principios de la forma más estable posible sobre el mundo en que nos movemos. Como se harta de explicarnos Mircea Eliade, incluso el acto de recrear el origen del Mundo servía para curar a los enfermos, regenerándolos en su orden original y desterrando a las fuerzas caóticas.

Aspectos tradicionales. Los aspectos tradicionales de la Astrología de toda la vida.

En la imagen que adjuntamos podemos observar los cinco aspectos que pueden formar los planetas en una carta astral, y que les dan la ocasión de actuar unos sobre otros. Como vemos, es algo que depende de los signos en que se encuentren, ya que, si no están en los signos correctos, "no pueden verse" como decían los antiguos. Lo que aparece marcado como "inconjunct" es lo que hoy se llama quincuncio (El quinto signo desde el que acoje al planeta), pero antes era designado con las felices palabras latinas alienum o aversum, denotando cosas que no tienen nada en común y que hablando claro "se caen mal". Los aspectos originales se caracterizan porque sus signos tienen algo en común y permiten que las características que adopta el planeta entren en consonancia con las del otro -de una forma más o menos agradable-.

El Modelo Copernicano tuvo muchos efectos, siendo uno de los más importantes el poder considerar al Sol como un astro más de la cantidad descualificada de astros que pululan por el Universo, del mismo modo que los siete planetas quedaron relegados a meros objetos como otros muchos que hay en nuestro Sistema. Así se rompió la Gran Muralla que establecía el Cosmos ordenado, y se permitió la entrada a cualquier objeto y relación que llamara a nuestra puerta.

Aparecen planetas nuevos de los cuales no nos llega ninguna luz (Por tanto, no podemos utilizarlos para nuestra "percepción coordinada") y aspectos que, además de no tener en cuenta los signos sino la mera cantidad en numeritos de los ángulos que forman, se suman a la legión de aversums que nos miraban de reojo, acechándonos en la oscuridad. John Frawley nos advierte de que esto, sumado a la cantidad de asteroides y cuerpos extravagentes que se han unido a la fiesta, genera una cantidad de aspectos incontrolable en cualquier carta astrológica.

Esto ocurre también con el Tarot como bien apuntaba Guénon, en una alianza catastrófica entre la "Intuición" -que aquí opera con mucha más libertad- que por descontado no suele ser verdadera sino una mezcla de prejuicios tintados de subconsciente; y el desconocimiento del concepto de orden tradicional.

Lo que podríamos tomar como un "Ah, yo lo pruebo y si no funciona no pasa nada", en una mente que no se encuentre a cubierto dentro del cosmos tradicional, se convierte en una invitación ritual para que todo tipo de influencias "de abajo" se manifiesten en nuestra psique. Además no nos daremos cuenta, incluso abriremos más puertas y ventanas a la espera de nuevas dosis de esa entretenida droga que nos saca momentáneamente de la cotidianidad, ignorando que el mayor engaño del Diablo ha sido convencernos de su inexistencia.

Demonio "Disculpen, ¿Es aquí la sesión de espiritismo?"

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